Ibrahim Veyssal es un turco que lleva cerca de 20 años en Arequipa y quien en esta tierra pudo conseguir su sueño de instalar su propio negocio de comida rápida.
Por: Lino Mamani A.
Por un momento se le pasó por la cabeza ser jugador de póker, ser un experto en el azar, quien valiéndose de los ases acumule una fortuna en cada juego. Las Vegas era su meta, la ciudad del juego. Pero la vida de Ibrahim Veyssal tuvo otro destino alejado de los naipes y las apuestas y más cerca de una cocina.
-Si apuesto siempre es contra Perú, porque como pierde siempre gano -bromea el turco con un tono que recuerda la triste realidad del balompié nacional.
Ibrahim es uno de los últimos turcos de aquella corriente de emigrantes que se fue a Alemania durante los sesentas y setentas. Así se volvió un trotamundos. Trabajó en su natal Bulgaria, pasó por Rusia, Turquía, Alemania, Italia y tras enamorarse de una peruana, ancló en el país de César Vallejo el 2 de setiembre de 1998, en fechas en que el fujimorismo estaba por caer.
En los países donde pasó laboró siempre al lado de la cocina. Se nutrió de las técnicas y se especializó en diferentes performances gastronómicas. Pensó que en Perú, iba a conseguir un trabajo fácilmente por su experiencia, pero fue al contrario.
-Me presenté a hoteles y varios restaurantes. Veían mis antecedentes, donde yo dominaba más de cinco cocinas (italiana, turca, alemana, búlgara y rusa) y seis idiomas, y me decían “Tú quieres quitarle el puesto al gerente, tienes un buen currículum” –recuerda que le dijeron.
Conoció de cerca cómo su experiencia, en lugar de ser una ventaja, en un país tercermundista da mucho celo laboral, era una desventaja.
***
Ibrahim Veyssal Shahin tiene en el segundo apellido algo que lo une con Arequipa. Shahin significa cóndor, ave andina que también existe en su país. Pero su primer encuentro con la Ciudad Blanca se dio en 1999, cuando arribó como turista acompañado de su esposa limeña.
La arquitectura colonial de este terruño que tiene influencia árabe, lo hizo familiarizarse con Turquía. El sol de la Ciudad Blanca fue otro factor predominante. Si para los arequipeños el sol es incómodo y desearía que todos los días esté nublado el cielo, pues para algunos turistas es un motivo de atracción. El turista turco decidió que esta ciudad, que lo conectaba con su terruño, sería la adecuada para emprender su propio negocio de comidas que estaba preparando en su cabeza.
Así nació El Turko en un local de ocho metros cuadrados en la segunda cuadra de la calle San Francisco, tan pequeño pero con la particularidad de que en ese lugar un señor extranjero con acento distinto vendía los sándwiches “döner kebab”, expresión que significa carne a la parrilla que da vueltas. El primer día, lo recuerda muy bien, vendió quince soles. El segundo solo fue de trece soles con cincuenta céntimos. Tenía que irse a pie a su departamento ubicado en Los Arces.
-A los que no querían les hacía probar y les regalaba gaseosa para que retornen -dice el empresario.
Poco a poco el local fue tomando un nombre y expandiéndose por diferentes sucursales. Ahora El Turko es uno de los negocios nacidos en Arequipa por idea de un extranjero que tiene más renombre e incluso llegó a instalarse en los malls de la ciudad.
No contento con ello, el turco puso su propio restaurante Paladar donde desplegó sus estudios sobre la gastronomía peruana y permitió que se recupere una casona que estaba por desplomarse. “Fue uno de los mejores restaurantes de Arequipa, pero cerró por problemas, cada subida tiene su caída”, refiere.
***
A Ibrahim le parecen muy “lloronas” las novelas turcas. Confiesa que lee poco y que es más de investigar sobre gastronomía. Habla seis idiomas (búlgaro, turco, alemán, italiano, ruso y castellano -también sabe algunos términos lonccos).
Tiene 46 años y va por los 20 años en Arequipa, sus hijos nacieron aquí y dice sentirse un characato más a quien el paladar le goza cada vez que prueba un rocoto relleno. La comida peruana, asegura, tiene la base de los españoles pero esta a su vez de las mujeres de Marruecos. Es por ello que existen comidas similares como los picarones, seco de cordero, estofado, empanada, guisos, entre otros.
El empresario resalta mucho el coraje de esta tierra que lo acogió con amabilidad, aunque también tiene algunos puntos en los cuales está en desacuerdo con los arequipeños, especialmente en ese llamado regionalismo en exceso o de esas ganas de burlarse de otro.
Como ciudadano se preocupa por la atomización del tráfico automotor, de la preservación del patrimonio y de los problemas sociales que afectan a la región. El turco-characato ahora está en una idea que le quita el sueño. Volver a aquel local donde inició su negocio, que será como retornar al pasado para lanzar su proyecto de creación de una pastelería, otra de sus aficiones gastronómicas.
Mientras sigue inquieto buscando seguir abriendo más tiendas, Ibrahim cada vez se enamora más de la tierra del Misti, un lugar del cual no se arrepiente de haberse quedado y elegido para sus aventuras culinarias. Ibrahim es un turco que tiene el corazón arequipeño.